Por lo menos desde cuatro puntos de vista es aprovechable esta valiosa obra. Llamaremos pedagógico al primero.En efecto: quienes estudian y analizan con cuidado el papel protagónico que desempeña la familia en la formación de la personalidad, hallarán en las presentes páginas una prueba contundente del valor de la crianza hogareña. Juan Luis no es ni quiere ser un self made man. No es ni quiere ser un nómade brotado de las piedras. Es un heredero, un legatario y continuador, un gajo nuevo de una rama antigua. A cada paso de su obra, y a cada hoja que da lugar a otra y a otra más en este libro, asoman sus padres, sus abuelos, sus antepasados, su rico entorno parental y amical, signado enbuenahora por una fortísima fidelidad a Dios y a la Patria. Aparece la casa solariega, el paisaje nativo, el arraigo a la tierra. Y hay para todas sus raíces un párrafo de gracias, explícito o implícito, según cuadre. En tiempos de familias deshechas o construidas contra natura, sirva el testimonio de una casa edificada sobre piedra.
En segundo lugar, cabe un aprovechamiento literario de estas Memorias. Juan Luis ha desempeñado una diversidad de tareas en su vida, hasta la abogacía —si alguien le anda buscando defectos— pero bien sabemos que la centralidad de su temperamento y de su obra, es la propia de un hombre de letras. Leídos con apacible detenimiento estos recuerdos, podemos inteligir mejor, por un lado, el nacimiento de algunos de sus títulos, como Operación Algeciras o Canto a la patria argentina. Pero, por otro, podemos alborozarnos con poemas virtualmente inhallables o desconocidos, como “El sueño de una noche de verano” (pág. 101), el “Adiós al General Lonardi” (pág. 108), “Verano campero” (pág. 297-298), o las divertidísimas cuartetas dedicadas a Máximo Gainza, en una cena en su homenaje (pág. 314-315). Quienen rumbeen para la literatura, el periodismo, la historia o el ensayo, encontrarán en “De memoria nomás”, no pocas claves para consagrarse al apostolado intelectual, que bien supo llamarse así, antes de que se inventara la philosophie dans le boudoir.
Un tercer servicio prestan estas páginas, y no se ubica el mismo en el terreno pedagógico o artístico, sino eminentemente en el político. Gallardo ha sido y es un patriota formidable, que no dudó en tomar partido por las sucesivas causas justas que se le fueron presentando en su ya larga vida. Causas justas desplegadas dentro y fuera de las fronteras patrias, pero que en razón de su universalidad merecían una adhesión tajante, una disposición a jugarse, más allá del triunfo o del fracaso. No en balde estas Memorias se subtitulan “Recuerdos políticamente incorrectos”. Debemos dejar constancia empero —y es ésta una cordial discrepancia personal— que no todas las tomas de posición política del autor coinciden con las nuestras. Como no es la oportunidad de ahondar en detalles, sólo diremos que son aquellas que no nos parecen, paradójicamente, tan políticamente incorrectas. A salvo siempre las intenciones, que sabemos las mejores en un hombre de la talla de Juan Luis, hemos de tener, como simples lectores, la recta libertad para juzgar prudencialmente algunas de sus opciones eclesiales o políticas. Nada que no se solucione (o se empeore) con un café de por medio.
Al fin, el cuarto aporte de estos dos volúmenes atrapantes es el que, tal vez, nos llegue más de cerca. Gallardo —se lo haya propuesto o no— ha trazado en gran parte la biografía del Nacionalismo Argentino, al menos en su último y largo medio siglo de vida. El anecdotario, la crónica, la reminiscencia, los apuntes personales, la rica experiencia, la inclaudicable militancia, todo se conjuga aquí para probar la fecundidad de nuestro entrañable nacionalismo, que si errores tuvo o tiene, puede exhibir también un sorprendente caudal de aciertos, de actos corajudos, de lúcidas anticipaciones, de intervenciones generosas, de hombres singulares, de escritos que ya han pasado a la historia, e incluso de mártires en el sentido cabal de la palabra. En tiempos de “construcción de la memoria” —eufemismo para designar al macaneo más craso y horripilante— es para dar gracias que alguien se haya decidido, no a “construirla” sino a relatarla con veracidad y fundamentos. Es para dar gracias que alguien no tenga temor mundano, pero sí timor Domini.
La obra se completa con dos regalos. Un prólogo del inolvidable Tito Guevara —digno anfitrión para libro tan hidalgo— y una galería de fotos, sobre una de las cuales cabría un piadoso manchón de tinta. Recurso que sugerimos amablemente a los editores, cuando estas páginas se reediten para aleccionamiento de un mayor número de lectores.